«Te ves esplendida, te extrañé» fueron las palabras con las que Harry de Inglaterra recibió a su novia-ahora esposa- Meghan Markle en el altar. Entre risas y miradas cómplices, el príncipe inglés y la actriz estadounidense dieron el sí en una ceremonia que fue seguida por millones de personas en todo el mundo.
Horas antes de la boda, la reina Isabel II de Inglaterra nombró a Harry duque de Sussex, conde de Dumbarton y barón de Kilkeel, respectivamente, un título nobiliario inglés, escocés y norirlandés, como manda la tradición y que ahora comparte con Markle.
Tras toda la polémica suscitada por la ausencia de su padre Thomas Markle, Meghan recorrió prácticamente sola todo su camino hasta el altar de la capilla Saint George del castillo de Windsor.
Markle llevaba un vestido blanco diseñado por la británica Clare Waight Keller para Givenchy, con velo y el pelo recogido con una tiara, y se tomó del brazo de su suegro, el príncipe Carlos, a muy poca distancia del altar.
Ahí la esperaba su novio, Harry, junto a su hermano William, que ofició de padrino, ambos vestidos con uniforme de gala militar.
La ceremonia comenzó a las 12 (8 en la Argentina) y duró cerca de una hora. Después del enlace, los recién casados darán un paseo en carroza por Windsor, la pequeña localidad a una hora al oeste de Londres a la que llegaron unas 100.000 personas, más de tres veces su población.
Al final del paseo, de una media hora, caerá el telón y empezará la parte privada de la boda, con un almuerzo ofrecido por la abuela del novio, la reina Isabel II, en el castillo de Windsor y una fiesta de noche en la mansión Frogmore, gentileza del padre del novio, el príncipe Carlos de Gales.
Meghan Markle decidió entrar sola a la capilla San Jorge y luego, a mitad de camino, se encontró con el princípe Carlos que la acompañó al altar debido a la ausencia de su padre, Thomas Markle, por razones de salud y tras conocerse que se había prestado a escenificar unas fotos para unos paparazzi, un pecado capital desde que Diana de Gales murió perseguida por unos fotógrafos en París.
Tampoco fueron invitados sus dos hermanastros, que no ahorraron bilis contra la novia, y la única presencia notoria de su familia fue la de su madre Doria Ragland, con la que pasó su última noche de soltera y con la que llegó en auto hasta la iglesia.
La ceremonia se ajustó a las tradiciones de la Iglesia de Inglaterra, con algún toque diferente, como el coro de gospel que cantó «Stand By Me», y el sermón de un pastor estadounidense que promete ser más enérgico que lo habitual por estos lares.
El arzobispo de Canterbury, Justin Welby, líder espiritual de la Iglesia de Inglaterra tomará los votos de la pareja, a los que describió como «muy sencillos» y «humildes».
Atrás quedaron los tiempos en que una divorciada estadounidense -Wallis Simpson, cuya boda con Eduardo VIII le obligó a abdicar en 1936 después de un breve reinado de 11 meses- podía hacer temblar los cimientos de una institución que presidió la vida del país desdehace siglos, con una breve interrupción en el siglo XVII.
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