“Lo escribí a pedido de mi hermana. Somos dos laburantes full time y las dos estudiamos. Estábamos frustradas de lo que es laburar, laburar, laburar y nunca ver un mango. Las dos tenemos laburos de hacer el día. Yo soy depiladora y ella hace limpieza. Me dice ‘vos tendrías que escribir algo explicando lo difícil que es salir de esto’. Había que explicar por qué nuestra madre no nos ayuda, sino que nosotros la ayudamos a ella. Me di cuenta que sino lo explicaba, no se iba a entender por qué ella siempre va a necesitar ayuda y nosotros, a pesar de ser pobres, podemos hacer algo para dársela”.
Así nació el texto que Mayra Arena (25) publicó en su Facebook hace doce días y que alteró su rutina diaria. Además de ocuparse de su hijo de 11 años que empezó la escuela, atender a sus clientas y estar alerta a otros empleos que podrían ayudarla a vivir un poco mejor, no deja de visitar radios, atender a otras por teléfono y hasta recibir pedidos insólitos de productores de televisión. “Nunca me lo imaginé, pero tengo claro que esto dura unos días y después vuelve todo a la normalidad” le dice a Clarín, en medio de la vorágine que la llevó de 300 a más de 14.000 seguidores en su muro, donde suele escribir sobre cuestiones sociales. Y todo a partir de un personal ensayo sobre pobreza y marginalidad, basado en su dura historia de vida.
Esa que comenzó en un hogar pobre, junto a una madre adolescente con problemas debido a la subalimentación, un padre ausente y que ha logrado sobrellevar gracias a esfuerzo, tenacidad y suerte.
“Con mi hermana tuvimos suerte. Vecinos que nos ayudaron, que nos invitaron a jugar y la suerte de que, aún cuando dependíamos del comedor del barrio para alimentarnos, eso no nos afectó cognitivamente. Y fuimos caraduras a la hora de salir a pedir y que alguien nos diera. Pero no está bueno quedar librado a la suerte. Estaría un poco más tranquila de saber que las pibas que están como yo, con un pibe al hombro y sin la posibilidad de ver una salida, tengan un conjunto de elementos que les garanticen el acceso a una salud de calidad, la educación o al trabajo”, reflexiona desde su propia experiencia de vivir siempre en la pobreza, con períodos de descenso a la marginalidad.
“Hay que hablar con esos términos, porque no hay otros para definirnos. Nuestra mamá tuvo problemas desde que nacimos, muchos embarazos que le afectaron el calcio y la dentadura. Todo lleva a que no pueda aspirar a muchos trabajos y su forma de vida sea la marginalidad. A mi hermana y mí eso no nos afectó y por eso digo que tuvimos mucha suerte”, reconoce Mayra que a los 14, cuando quedó embarazada, debió dejar la escuela 22 para criar a su hijo.
Pese a que quería seguir estudiando, en Adultos, no la aceptaban por la edad. “A los 16 mentí, dije que tenia 19 y conseguí un trabajo que me ayudó bastante, con un ingreso fijo. Cuando sos pobre, no te imaginás lo que significa poder llenar una alacena, o una heladera. A mí, eso de salir con bolsas de un supermercado, nunca lo viví”. Antes y aun después, chocó con la dificultad para encontrar un empleo duradero.
“La frase ‘acá no labura el que no quiere’ solo la puede decir alguien a quien nunca le faltó trabajo o que tuvo algún contacto para trabajar. No tiene la menor idea de lo que es salir a patear, tirar curriculums y que no te llame nadie. Los que vivimos al costado de la sociedad, no tenemos conocidos en ningún lado para que nos recomienden”, remarca.
Cuenta la vez que después de tres días seguidos con lluvia, salió en bicicleta de su barrio y se sumó a una larga cola para entrar a trabajar en una pizzería en la que, entre decenas de chicas prolijas e impecables, sobresalía por su ropa empapada y los pantalones y zapatos llenos de barro. “Era un cachivache, un asco” reconoce.
O cuando se ilusionó con la convocatoria a una segunda entrevista y tras las preguntas sobre cómo era tener un hijo a los 14 años y vivir tan lejos, llegó la remanida ‘te vamos a llamar’. Frase impiadosa que anticipa un llamado que nunca llega. “No me dieron la oportunidad de demostrarles que soy una mina repuntual y responsable. Y así, te van quedando los peores trabajos que no te ayudan para salir adelante. Apenas podés poner algo en la alacena, pero no te sacan del lugar donde estás. Mucho menos progresar. Son changuitas que vas teniendo y que no te dan ni experiencia ni referencias para presentar», acota.
“El laburo duro empieza cuando te concientizas de que sos pobre y querés salir”. En su texto sostiene que estar en la marginalidad es creer que se puede trabajar y soñar con tener algo. “Pero si no tenés nadie que te lo da, no podés pagar ni cubrir tus necesidades, no salís. Con creer no podés pagar las cuentas y darle de comer a tu hijo. Muchos creen que se trata de eso, de pintarse la cara color esperanza y listo. Pero hay un montón de factores externos que te pueden empujar a la marginalidad», dice y apunta a las políticas económicas de largo plazo.
“Desde que nacemos, los pobres estamos ligados al Estado y a la política. Nacemos en un hospital público, vamos a la escuela pública, que depende del presupuesto que tenga y al ser grandes, dependemos de como esté la economía y todo el tiempo de medidas políticas”. Mayra dice que quiere una clase media que “no prejuzgue tanto y dé más trabajo” y entre los mensajes que está recibiendo, rescata los de aquellas familias de mejor posición que dicen ahora tener una mirada diferente sobre los chicos que piden en la calle, a partir de su texto. También los de familias pobres que se sienten identificadas con esta joven que a los 21 años, rindió todas las materias que le faltaban para terminar el secundario y comenzó a estudiar Ciencias Políticas. Ahora está haciendo materias de tercer y cuarto en la carrera con la que aspira a “hablar de temas como la pobreza y la marginalidad no tanto desde lo académico sino a partir de una mirada más personal”.
Fuente: Clarin.com.ar